Por Dolores Argentina
Mucho
se ha hablado de Juan XXIII por estos días y el motivo es más que obvio. Por
demás, mucho hay para decir sobre esta figura particular de nuestra Iglesia
moderna. Empero, nuestra intención no es embrollarnos en las discusiones que se
han desatado con motivo de su canonización. Bien sabemos, que el hecho de que
Juan XXIII sea santo de la Iglesia no implica canonizar el Concilio que él
mismo convocó, como a sabiendas se pretende en nuestros días. Creemos
incluso, que el santo Juan XXIII pudo muy bien haber cometido un craso error
convocando tal Concilio… Pero no es nuestra intención enredarnos ahora en tales
discusiones.
La
materia que nos hemos propuesto guarda, sí, estrecha relación con lo que
decimos, pero de manera indirecta. El Papa Roncalli escribió en sus años de
pontificado una preciosa Constitución Apostólica llamada “Veterum Sapientia”, que trata sobre el uso del latín en el
universal ámbito de la Iglesia Católica. En aquellos días, cuando los vientos
preconciliares soplaban haciendo añicos tradiciones y antiguas usanzas, fue el
mismísimo San Juan XXIII quien escribió estas líneas dirigidas a todos aquellos
que menosprecian el latín como lengua de la Iglesia de Cristo y de su Sede
Apostólica.
Empieza
nuestro santo haciendo un repaso de los méritos milenarios que la lengua del
Lacio ha brindado a la cultura occidental y a la Tradición de la Iglesia. En un
rapto de inspiración, incluso la llama “aurea
vestes (áurea vestidura) de la
sabiduría misma”. Instrumento divino para la propagación de la Fe, se
convirtió luego de ser la lengua del Imperio Romano en el idioma de la Sede
Petrina. Sus naturales características de inmutabilidad y universalidad, dieron
al latín un puesto de preponderancia y principalía por sobre el resto de las
lenguas. Y para refrendar esta idea, cita el Papa a su antecesor Pío XI, quien
señalaba sobre la lengua latina “tres
virtudes características que admirablemente se acomodan a la naturaleza misma
de la Iglesia”:
"La
Iglesia, al abrazar en su seno a todas las naciones y estando destinada durar
hasta el fin de los siglos, exige por su misma naturaleza una lengua universal, inmutable y no popular".
Por
supuesto, el alabar esta virtud del latín de “no ser popular” constituye una curiosa faceta del “Papa del
Concilio” que no conocíamos. Esa virtud consiste, según enseña más adelante, en
que “la lengua latina, sustraída desde
hace siglos a las variaciones de significado que el uso cotidiano suele
producir en las palabras, debe considerarse como fija e invariable”, lo
cual es un elemento esencial para la conservación de verdades inmutables a
través del tiempo. Pero además, esta particularidad encuentra su razón de ser
en la dignidad misma de la Iglesia:
“Puesto
que la Iglesia católica, al ser fundada por Cristo supera en mucho la dignidad
de las demás sociedades humanas, ciertamente a ella atañe usar un lengua no vulgar, plena de nobleza y majestad”.
Pero el Santo Padre no se detiene ahí y nos señala la cualidad más
importante del latín: es el vehículo divino de la Tradición Católica. En sus
propias palabras:
“Además,
la lengua latina que con razón podemos
llamar católica, al ser consagrada por el continuo uso que ha hecho de ella
la Sede Apostólica, madre y maestra de todas las Iglesias, debe ser guardada
como un tesoro de incomparable valor, una puerta que pone en contacto directo con
las verdades cristianas transmitidas por la tradición y con los documentos de
la doctrina de la Iglesia y, finalmente, un lazo eficacísimo que une en
admirable e inalterable continuidad la Iglesia de hoy con la de ayer y la de
mañana”.
He aquí definida con lucidez la virtud propia del
latín. En tanto lengua de la Iglesia que, en través de la catarata de los
siglos, ha ido transmitiendo las verdades de la Fe, transportando las prédicas
y enseñanzas de los santos, comunicando la cultura occidental y cristiana,
traspasando con fidelidad tanto conocimientos filosóficos como verdades
poéticas y participando a las nuevas generaciones del culto sagrado; no puede
bajo ningún respecto caer en desuso y desprecio. Y continúa Su Santidad
amonestando firmemente a aquellos que dudan de la eficacia y dignidad del
latín:
“No hay
nadie que pueda poner en duda la especial eficacia que tienen tanto la lengua
latina en general como la cultura humanística para el desarrollo y formación
cultural de los jóvenes. Pues ella cultiva, madura, perfecciona las principales
facultades del espíritu; proporciona agilidad mental y exactitud en el juicio,
desarrolla y consolida las jóvenes inteligencias para que puedan abarcar y
apreciar justamente todas las cosas y, finalmente, enseña a pensar y a hablar
con un gran orden”.
Por todo esto, afirma categórica y rotundamente que
el latín debe ser favorecido, secundado y difundido en todo ámbito y lugar de
la Iglesia Católica. Y lo dice sin
ambages ni ambigüedades, haciendo uso efectivo del Magisterio Ordinario:
“Nosotros,
movidos por los mismos graves motivos que movieron a Nuestros Predecesores y a
los Sínodos Provinciales pretendemos, con firme voluntad, que el estudio y
empleo de esta lengua se promueva y actualice cada vez más, devolviéndosele su
dignidad. Puesto que el empleo del latín
se somete en nuestros días a discusión en muchos sitios, y muchos preguntan
el pensamiento de la Santa Sede a este respecto, hemos decidido dar oportunas
normas, que se enuncian en este solemne documento, para que se mantenga el antiguo e ininterrumpido uso
de la lengua latina y, donde haya caído en abandono, sea absolutamente
restablecido.
Tales
palabras parecerían ser un evidente mandato petrino que no deja lugar a dudas y
que debería obligar a nuestro “sentido de la obediencia”, tan predicado por
estos días… Sin embargo, ¿qué ocurrió entre la Veterum Sapientia y la actualidad que no se propagó el estudio de
las lenguas clásicas en los colegios católicos, que disminuyó sobremanera la
educación en el latín de los seminaristas, que se dejaron de imprimir los
libros litúrgicos en la lengua de la Iglesia, que la liturgia abandonó por
completo y sin razones suficientes su correspondiente uso, que incluso los más
altos jerarcas de la Madre Iglesia desconocen casi por completo la lengua de
nuestros padres en la Fe? Menuda disyuntiva.
Y continúa el Santo Padre en sus exhortaciones,
esta vez imprecando a los obispos:
“Velen
también éstos, con paternal preocupación, para que ninguno de sus súbditos, por desmedido afán de novedades, escriba
contra el empleo de la lengua latina tanto en la enseñanza como en los ritos
sagrados de la Liturgia, ni, movido por prejuicios, disminuya el valor
preceptivo de la voluntad de la Sede Apostólica y altere su sentido”.
El
fragmento es contundente. El Papa obliga a los obispos y a todo el pueblo
cristiano a refrenar a los lenguaraces que pretenden, movidos por prejuicios y
afán de novedades, pronunciarse contra el empleo del latín tanto en la
educación (colegios y seminarios) como en la Liturgia. ¡Ay de aquellos que disminuyan
el valor preceptivo de estos
mandatos! No querríamos comprobar, por ende, que nuestro obispo diocesano,
Eduardo María Taussig, desconoce o descuida la voluntad del recientemente
declarado santo Juan XXIII.
Y para que se vea lo muy poco que se tomaron en
cuenta las categóricas disposiciones del “Papa bueno”, traemos a colación
algunas que no han sido llevadas a la práctica en lo más mínimo, ni tampoco se
ha intentado hacerlo:
“Las
principales disciplinas sagradas, como se ha ordenado repetidas veces, deben ser explicadas en latín, lengua
que sabemos es muy apta, por el empleo de tantos siglos, para explicar con
facilidad y claridad singular la íntima y profunda naturaleza de las cosas (…).
Por esto los que en las Universidades y Seminarios enseñan estas disciplinas están obligados a hablar en latín y a
servirse de textos en latín. Si por ignorancia de la lengua latina no pueden
seguir convenientemente estas prescripciones de la Santa Sede, poco a poco deben ser substituidos por otros
profesores más idóneos en esta materia”.
Es
llamativo leer tales palabras y más parecerían dichas hace doscientos años que
hace cincuenta tan sólo. La ignorancia reinante en la actualidad respecto del
latín por parte de seminaristas, sacerdotes, obispos e incluso cardenales es
espantosa y alarmante. Y sobre todo, nobleza obliga a señalar que es una
ignorancia absolutamente culposa.
Así pues, cabría quizás leer éste y otros
documentos magisteriales escritos por el nuevo santo antes de subirse con todo
entusiasmo al carro primaveral que nos lo pinta bonachón y azucarado, sin tener
demasiado en cuenta al pontífice real y concreto que nos dio la Historia. Y
repetimos: creemos con firmeza que fue un hombre que pudo haber cometido
errores entre sus actos de gobierno, pues bien sabemos que aún los santos no
están exentos de ellos. Quede esto a consideración del lector, mucho más
letrado en tales cuestiones que el autor del presente ensayo. No obstante,
creemos también oportuno y urgente, dado el colorido y caprichoso relato que se
teje en torno a su figura, traer a colación textos como éste, esclarecedores y
auténticamente magisteriales.
Genial! Muy buen artículo!
ResponderEliminarEn una entrevista realizada por IL FOGLIO, aparecida el pasado 26 de abril, al Prof. Roberto Di Mattei, responde:
ResponderEliminarPeriodista: Un aspecto siempre silenciado de Roncalli es el ejemplo, no progresista, de que creía firmemente en la importancia del latín en la liturgia y el canto gregoriano. Su Constitución Apostólica "Veterum Sapientia" de 1962 sobre estos temas es muy clara. Entonces, ¿qué pasó? Es que acaso en contra de lo que ha repetido la escuela de "Bologna " (más o menos : el Concilio de Roncalli "traicionado" por Montini en sentido antiprogresista) , fue todo lo contrario ? El Concilio "Pacelliano" fue traicionado por los progresistas?
Prof. De Mattei: Juan XXIII , un conservador sin ser conservador y , sin duda, tenía la sensibilidad conservadora que no le gustaban las reformas litúrgicas que el arzobispo Annibale Bugnini ya había comenzado a promover bajo el pontificado de Pío XII. La Constitución Apostólica Veterum Sapientia de 22 de febrero 1962 constituía una respuesta firme e inesperada a los defensores de la introducción de la lengua vernácula en la liturgia. En este documento, el Papa Juan XXIII hizo hincapié en la importancia del uso del latín, "el lenguaje de la Iglesia viva ", recomienda que las disciplinas eclesiásticas más importantes deben ser enseñadas en Latín (n º 5 ) y que a todos los ministros de la Iglesia Católica, la clero tanto secular como regular, se les debía imponer "el estudio y el uso de la lengua latina". Con estas medidas, Juan XXIII mostró claramente el descontento de la dirección tomada por la Comisión Litúrgica. Pero entonces Juan XXIII no hizo nada para garantizar la aplicación de este documento, se puede decir, se evaporó en el aire.