La presencia de Dios en el mundo invadido por el pecado, es casi una contradicción, pero es verdadera, “vivid en el mundo, pero sabiendo que no pertenecéis al mundo”. El cristiano se mezcla, sabiendo que es luz, que es sal, que es distinto y algo separado del resto, algo elevado por el mismo bautismo a la semejanza con Dios, y que con mas razón debe guardarse de toda mancha y pecado ante tan inmensa condición.
A su vez, Dios ha auxiliado a los pobres hombres, con signos
visibles, como incansables recordatorios de un padre que sabe que sus hijos
pueden olvidarse de él, ¡Santa Misericordia!, que contempla la fragilidad de
sus niños predilectos, y con milagros, apariciones, santos suscitados por su
gracia, les recuerda su constante Providencia y cuidado paternal.