viernes, 7 de agosto de 2020

El Leviatán en faceta episcopal

 El Leviatán en faceta episcopal: 

una aparición excepcional


“El miedo y yo nacimos gemelos”. 

Thomas Hobbes 


El poder místico-espiritual que tienen las autoridades episcopales puede ser utilizado para neutralizar enemigos internos con sanciones canónicas que pueden ser letales en la psiquis de una persona religiosa. Los entredichos, amonestaciones canónicas, suspensiones de ministerio y reducciones al estado laical pueden ser explotados como una maquinaria administrativa-espiritual del terror. La situación de la iglesia del sur mendocino ha dado pie para este (intento de) análisis político-jurídico. Mi hipótesis es que el antiguo Leviatán, teorizado por Hobbes, dominado y vetusto por la era de la técnica, ha hecho una aparición esporádica en Rivadavia 415 de San Rafael, Mendoza, en la figura de Eduardo María Taussig. Y cuando se manifiesta una imagen mítica que creíamos desaparecida, antes de quejarse, enojarse o escandalizarse, hay que maravillarse y agradecer al Creador por ser testigos de tan terrible aparición. El gran teórico del Leviatán fue Thomas Hobbes. Y su punto de partida de la construcción del Estado fue, además de una concepción mecanicista del ser humano, el miedo del estado de naturaleza. Análogamente, el punto de partida de la construcción de esta nueva Iglesia local, con el apoyo explícito de la Conferencia Episcopal, ha sido el pánico ante el coronavirus.


El monstruo marino

Pero, ¿qué es el Leviatán? En primer lugar, es un símbolo mítico que representa lo reacio y lo vigoroso. Es un monstruo marino descripto en los capítulos 40 y 41 del Libro de Job como el animal más fuerte e indomable.

Según Carl Schmitt, la interpretación del Leviathan de la Edad Media cristiana estuvo dominada por la concepción teológica de que el diablo, por la muerte de Cristo en la Cruz, perdió la lucha por la humanidad y quedó agarrado de la Cruz misma como en un cepo. El Diablo se representa aquí como el Leviatán, es decir, como un gran pez capturado y apresado por Dios. Este animal monstruoso mata a sus enemigos sofocando con sus aletas natatorias la boca y la garganta.

Pero a partir de la modernidad, la imagen del Leviatán ya no era esa imagen propiamente demoníaca que consideraba el catolicismo medieval y que pervivió con Lutero, sino que comenzó a considerarse a los leviatanes como los grandes o poderosos de este mundo. Se convirtió en una denominación simbólica de toda suerte de hombres y cosas grandes y poderosas. Este monstruo fue el que inspiró la obra magna de Hobbes.

Al Leviatán se lo consideró en la moderrnidad como un nexo entre el poder espiritual y el temporal. Esta figura es paradójicamente asumida por cada obispo en sus respectivas diócesis, debido a que el episcopado es una de las últimas figuras políticas que representan específicamente lo espiritual; pero además, claro está, tiene que gobernar la situación temporal concreta de su territorio.

Asimismo, para Hobbes Dios es, ante todo, poder. Pensar que el deber supremo de los súbditos de una autoridad episcopal es la obediencia, es ser afines a una concepción hobbesiano-decisionista de Dios y de la autoridad y, por ende, no católica. 


El estado de excepción eclesial 

En todo órgano de poder se da siempre una cierta soberanía, que es una categoría propiamente política. Los clásicos del derecho internacional la definen como el poder supremo, jurídicamente independiente y no derivado de ningún otro. Pero como afirma Byung Chul Han, siguiendo la línea de Carl Schmitt, soberano es el que decide en el estado de excepción. En el actual estado de emergencia sanitaria, que ha desvirtuado y puesto en jaque los sistemas constitucionales del mundo entero, el obispo local (junto al de Mendoza) tomó la decisión de la obligatoriedad de recibir la comunión en la mano, violando directamente la soberanía suprema que le compete en cuestiones litúrgicas al romano pontífice y, a raíz de este hecho, provocó una revuelta interna insólita que ha trascendido en los medios nacionales que finalizó con el indescifrable cierre de la casa de formación sacerdotal. El soberano decide en la situación de excepción, maniobrando una situación no regulada por el ordenamiento jurídico con el fin de conservar el orden existente o para consagrar, como en este caso, uno nuevo, confiriéndole plena validez política y jurídica con todo el poder que posee. La autoridad eclesiástica prefirió la vuelta de los ritos religiosos en detrimento del derecho canónico. Para decirlo en términos más sencillos, Taussig tomó decisiones que solamente le competen a Francisco, precisamente el único soberano terrenal de la Iglesia Católica. Por eso el clero y los fieles resistieron la medida.

Siguiendo a José Luis Monereo Pérez, catedrático de la Universidad de Granada, lo político exige ante todo un poder de decisión real que garantice la unidad de un pueblo. Siempre requiere de cierta homogeneidad interna garantizada en el caso de una diócesis debido a que, en teoría, todos los súbditos comparten la misma visión del mundo. Toda política está presidida por los condicionamientos y las incertezas propias de una situación histórica específica. Y una unidad política soberana (o semi-soberana, si queremos ser precisos con el poder de un obispo), si quiere permanecer en el tiempo debe garantizar la concordia interior, la amistad interna y la independencia de decisión respecto de las demás unidades del pluriverso político que es la Iglesia. En este caso, debería permanecer independiente de los condicionamientos de la Conferencia Episcopal y de la presión ilegítima de los obispos Colombo, Ojea y Poli en las decisiones locales.

En el Estado de excepción se suspende el Derecho en virtud de un derecho de autoconservación del orden existente, a través del reconocimiento de poderes decisorios ilimitados a una instancia soberana. En tal régimen, el Derecho pasa a segundo plano, lo cual está ocurriendo en la actual situación global de coronavirus, en la que los Estados han suspendido el derecho y, en casos como en Argentina, directamente han mutado de hecho la Constitución.

Los poderes excepcionales que ostenta el soberano para resolver la situación de excepción y la instauración de un nuevo orden legal le asemejan a la figura técnica del dictador. En este sentido, la Iglesia local ha seguido los pasos de este quiebre mundial de la institucionalidad. Cualquiera que conozca mínimamente a la Iglesia Católica entenderá que esta institución mileneria es la última portadora del espíritu jurídico y la verdadera heredera de la jurisprudencia romana. Pero al parecer, el derecho canónico solo sirve, en esta situación concreta, para ser estudiado y no aplicado. Un derecho sin “ninguna relación con la vida” como denunció respecto al derecho estatal el filósofo italiano Giorgio Agamben.

Este escritor también manifestó que el totalitarismo moderno se define como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal que permite la eliminación física [podríamos también sumar “espiritual”] no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos [o fieles católicos] que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político [o Iglesia].


El leviatán católico

La Iglesia local parece haber sido creada y guiada exclusivamente por individuos humanos en razón de sus pretensiones personales, fuera de la razón legitimadora de la tradición y del derecho canónico. Las leyes de la Iglesia, en esta situación, han mutado de leyes naturales dependientes de un orden eterno a ser independientes de toda verdad y rectitud a modo kelseniano. La vigencia de estas leyes está derivada exclusivamente de la precisión positiva del obispo de turno. Lo único que ha quedado en pie es el puro poder. Auctoritas, non veritas, facit legem, diría Hobbes.

El fin del Leviatán es la paz. Pero esta paz no se alcanza con afirmar que el derecho está del lado del gobernante, sino mediante la decisión incontestable de un sistema coactivo legal que funciona con seguridad y pone fin a la contienda. En los carriles normales de la Iglesia, sería Roma. En la situación anormal de la Iglesia de Taussig, las decisiones las toma él con el fin de ser obedecido sin importar la materia del mandato.

La "disciplina", las "amonestaciones canónicas" y todo tipo de medidas administrativas que afectan la relación metafísica de la persona con la Iglesia, hoy se traducen como terror moral y boicot social para el clero y el laicado no alineados. La obediencia se percibe como un obrar técnico positivista neutral ajeno a la verdad. Frente al Leviathan, mecanismo de mando técnicamente perfecto, todopoderoso y capaz de aniquilar cualquier resistencia, resulta prácticamente vana toda tentativa de resistir. Es un dios mortal que viene en nombre de la paz y la seguridad, y que por esta razón, exige obediencia absoluta. Frente a él no cabe derecho alguno de resistencia fundado en un derecho superior o distinto, o por motivos de conciencia. Nada es verdadero, todo es mandato. La angustia acumulada de los individuos que tiemblan por su vida física o por su status canónico alimenta el poder leviatánico; y trasciende a manera de nueva deidad en sentido jurídico.


La destrucción del Leviatán

Con el paso del tiempo y gracias a la influencia de la filosofía de Spinoza, el Leviatán se fue convirtiendo en un poder exteriormente todo poderoso pero interiormente impotente, que sólo puede exigir sus deberes coactivos apoyándose en las fuerzas del miedo. Esta praxis política produce un quiebre en la autoridad subjetiva, es decir, en la confianza que tienen los súbditos en su gobernante. Pero un quiebre total de autoridad, en la cual los gobernados dejan de confiar en su autoridad leviatánica, puede correr el velo y desenmascarar una organización del terror que se muestra impotente para imponer su visión política.

La respuesta del Obispado, que se trasluce de sus diversos comunicados, es la negación de su poder indirecto: exige obediencia sin ser capaz de proteger, pretende mandar sin asumir el peligro de lo político (y el costo de las decisiones) y ejerce el poder por medio de otras instancias a las cuales delega toda responsabilidad. En este caso, al Estado provincial en la regulación de la liturgia y a la Santa Sede, respecto al cierre del seminario.

Una ruptura en la continuidad jurídica como la realizada por Taussig es una revolución legal. Es posible que sea éticamente justificada desde el punto de vista histórico, pero no deja de constituir una violación del derecho, y por ende, a simple vista, digna de resistencia. Esto puede subsanarse obteniendo a posteriori un fundamento jurídico (por ejemplo, con la intercesión pública de la Santa Sede), pero hasta ese momento la resistencia pacífica debería considerarse absolutamente legítima en un sistema que respetase la dignidad humana. La historia de la Iglesia Católica post Concilio Vaticano II se caracteriza por predicar a vivas voces la dignidad humana y a la vez ignorar y/o violentar la misma, ya sea por intermedio de encubrimientos sexuales, de crímenes a la conciencia o de escándalos financieros. No debería sorprenderos la incoherencia explícita de las autoridades de la Iglesia local.

Por otro lado, si me he focalizado en el Leviatán, es porque el representante clásico del decisionismo fue Hobbes. Decisionismo que raramente podemos ver en estos lugares recónditos, debido a que nuestras autoridades estatales son parte de un estado federal fallido, en los cuales no deciden por sí mismos absolutamente nada trascendental. Son meros agentes de la dependencia.

Lo importante para la realidad de la vida jurídica es quién toma la decisión. Y el problema de la competencia se suma al de asegurar un contenido correcto, que es lo que se ha venido discutiendo desde el inicio de la polémica y por el cual se tiene un derecho a la resistencia que ha sido categóricamente negado desde el Obispado, ignorado desde Roma y con el apoyo unánime de la Conferencia Episcopal Argentina.


Conclusiones

El espíritu del Leviatán ha asomado su cabeza en el sur de Mendoza. No obstante, la finalidad principal leviatánica, que es la búsqueda de la paz, se encuentra absolutamente ausente. El Leviatán busca desactivar la guerra civil, no provocarla. En este caso concreto, estamos ante un leviatán sin fines pacíficos; un decisionista pirómano sin conexión con lo real: una autoridad episcopal que ha perdido todo poder representativo de religar.

Quizá sea momento de darle la razón a ciertas sectas protestantes, a cristianos luteranos y greco-ortodoxos cuando vieron en Roma la ramera babilónica del Apocalipsis. Lo realizado por Taussig solo muestra la realidad institucional de la Iglesia y su pérdida absoluta de rumbo, fundamentada, claro está, en su renuncia a toda conciencia escatológica.

Uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo, el coreano Byung-Chul Han, ha afirmado en una de sus últimas entrevistas, a raíz de la cuarentena mundial, que “por sobrevivir, sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga la pena vivir, la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía. Con la pandemia además se acepta sin cuestionamiento la limitación de los derechos fundamentales, incluso se prohíben los servicios religiosos.” Y, como si fuera una premonición de la Iglesia recluida que pregona la jerarquía católica, prosiguió diciendo que “los sacerdotes también practican el distanciamiento social y usan máscaras protectoras. Sacrifican la creencia a la supervivencia. La caridad se manifiesta mediante el distanciamiento. La virología desempodera a la teología. Todos escuchan a los virólogos, que tienen soberanía absoluta de interpretación.” A fin de cuentas, al leviatán sureño le molesta que en la comunidad que le ha sido conferida por Dios la teología esté por encima de la virología. Le produce incomodidad que el catolicismo del sur de Mendoza no esté en la común unión de la iglesia argentina, que ha elegido seguir los vientos de la desacralización del mundo.

La sociedad capitalista ha perdido todo horizonte de trascendencia. Hasta el ateísmo está en crisis. El ateo se da cuenta que el mismo ateísmo no le sirve para colmar sus ansias infinitas y el hombre moderno, luego de pisar fondo, debe encontrar un sostén institucional que lo pueda elevar. Por eso la religiosidad, en el siglo XXI, debe asumir un papel anti-sistema ante el turbocapitalismo disolvente. Esa es la idea principal de la serie The Young Pope (2016), obra maestra del italiano Paolo Sorrentino, ignorada por el catolicismo en general que, aunque parezca por momentos que anhela una Iglesia aggiornada y progresista, hay una admiración hacia la Iglesia que se atreve a plantar batalla al mundo desde la tradición.

Otro cineasta italiano, el notable comunista Pier Paolo Pasolini, denunció que el error más grave que cometió la Iglesia Católica fue haber aceptado pasivamente su liquidación por un poder que se ríe del Evangelio. También afirmó, como recuerda Juan Manuel de Prada, que si reanudara una lucha asumiendo su tradición, no para conquistar el poder, sino como bastión antisistema, la Iglesia podría ser la guía de todos los que rechazan el nuevo poder consumista que es completamente irreligioso, totalitario, violento, falsamente tolerante, corruptor , degradante y más represivo que nunca.

Pero a fin de cuentas, la Iglesia se transformó en el deseado complemento del capitalismo: un instituto higiénico-terapeuta para sanar las heridas provocadas por el sistema; una institución que, vaciada de su misión escatológica, se ha convertido en un lobby de intereses particulares.

De aquí se advierte que Taussig, con su espíritu leviatánico, y el resto del episcopado argentino se hayan convertido en agentes de la disolución. Como dijo el padre Castellani en su Evangelio de Jesucristo, “el diablo quiere llegar antes”. Gracias a la desacralización de la Eucaristía y del Orden Sagrado, originado directamente por sus medidas y sistemáticamente promovidos por el resto del episcopado y por Roma, Taussig se ha convertido en un agente indirecto del Anticristo; en un acelerador de los últimos tiempos.

J.S.