martes, 5 de agosto de 2014

¿El precio de la obediencia o el costo del progresismo? (parte II)


Publicamos la 2da y última parte sobre la obediencia. Continúa de la entrada anterior....

El verdadero lugar de la obediencia
Lo primero que hay que saber es que esta virtud, según enseña Castellani “pertenece al género de las virtudes morales, y a la especie de la virtud de la "Religión"; al cuarto mandamiento, deberes para con Dios, y no para con el prójimo, puesto que los padres representan a Dios… El fin de la obediencia es ordenar lo inferior a lo superior, de modo que así lo inferior participe de la excelencia y bienes de lo superior… Claro es que esto supone sociedad en orden: para que la sabiduría descienda a lo bajo por el canal de la santa obediencia, es menester que arriba haya sabiduría… si arriba no hay sino necedad, ignorancia o maldad, cesa el objeto formal de la obediencia, desaparece ella y aparece a lo más la "disciplina", que no es lo mismo: se somete uno entonces por otra razón formal. La disciplina no pertenece a la virtud de la religión, sino al grupo de la paciencia o la templanza”.

Como también enseña Castellani: “la obediencia es una virtud moral, que sólo puede permanecer virtud en el ámbito de la caridad y en acuerdo con la prudencia. La virtud cardinal de la prudencia regula todas las obras; la virtud teologal de la caridad las inicia y las corona. Sin eso no hay virtud verdadera, sino simulacros de virtudes”… Y más adelante dice: “la virtud de la obediencia no puede existir sino dentro de la caridad y junto a la prudencia. La caridad es el núcleo central del cristianismo —amar a Dios y amar al prójimo— y debe iniciar, acompañar y coronar todas las virtudes”.
Me dirán ustedes si en el caso que nos ocupa, (tanto en los castigos o represalias contra sacerdotes como contra laicos) se asoman por algún lugar la caridad y la prudencia. Yo no lo veo, más bien veo lo contrario. Veo lo que también dice Castellani: “El ideal de la caridad es la comunión o unión de las almas: jamás ha sido ni puede ser una trapisonda para que lo bajo domine a lo alto, el que no sabe guíe al que sabe, se cierren los ojos a la realidad, se destruya la espontaneidad vital, se mutile la persona humana, se resigne la luz de la conciencia, o se convierta al hombre en pieza inanimada de una monstruosa máquina. Eso no es perfección ni cuernos. Ante esa pretensión, así sea subconsciente, o simplemente incoada, la rebelión es permitida y a veces obligatoria. Cristo dio el ejemplo, San Ignacio dio el ejemplo, y. . . creo que también el llamado Santo de la Espada dio el ejemplo una vez, según dicen”.
De allí que San Agustín expresara tan bien el espíritu cristiano en aquella frase (que tanto hemos repetido con motivo del Jubileo diocesano): "Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, caridad en todo". No parece que esto sea lo que está sucediendo. Unidad en lo necesario significa unidad en la doctrina, en la fe. Como decía el R.P. Reginald Garrigou-Lagrange, O.P. “La Iglesia es intolerante en los principios porque cree;pero es tolerante en la práctica porque ama. Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en los principios porque no creen;pero son intolerantes en la práctica porque no aman”. Aquí los principios son puestos en duda “porque ya no estamos en la Edad Media”, sin embargo las opiniones, posturas o deseos son impuestos sin dejar ningún lugar para la libertad en lo opinable. La caridad falla en su propia base, “por amor a Dios”, esa es la esencia de la caridad, lo que lleva a respetar la fe, sin atenuantes y a tolerar al hermano con sus más y sus menos, sin estridencias.
Por eso no creo, según mi libre conciencia, que los acontecimientos referidos sean el precio de la desobediencia, más bien pienso que es el monto que se le quiere cobrar al que pretenda tener un sentido plenamente cristiano de la obediencia que implica tanto la virtud del que manda como la del que obedece.
 El costo del progresismo

En cambio, estoy cada vez más convencida de que estos sucesos son el costo del progresismo. Como sabemos “El origen del modernismo o progresismo es el presupuesto de que el pensamiento católico se había vuelto anacrónico, estaba superado”. Pongamos un ejemplo hipotético: Si una autoridad eclesiástica se molesta al escuchar hablar de “testimonio público de la fe” porque eso pertenece a la “Edad Media”, pasado que quiere olvidarse; o no quiere que se haga referencia a Cristo Rey sino a “Jesús el Buen Pastor” (¡ambos son el mismo Cristo!), lo que está sucediendo es que considera que elpensamiento católico es anacrónico y por lo mismo debe ser “superado”. Si tal cosa sucediera estamos en presencia de lo que expone el P. Alfredo Sáenz como “La idea medular y quintaesenciada de la ideología modernista… la ley de la evolución; todo evoluciona y cambia, la fe, el dogma, la moral, el culto, la Iglesia”. Por ende, todo lo que se relaciona con la tradición, con el testimonio público, con la fe sin licuar ni agregados molesta.
Cómo escribió Carlos Sacheri en La Iglesia Clandestina en un capítulo memorable titulado “Un clericalismo invertido”, esta es una de las características del progresismo.  Expone Sacheri: “En el sentido generalmente aceptado, el clericalismo es el abuso del poder ejercido por los clérigos. (…) En efecto, el clericalismo tal cual se lo ha conocido en el pasado, consistió en abusar de la autoridad para defen­der una situación, un orden de cosas que favorecía —o al menos, aparentaba favorecer— al mantenimiento o al progre­so de los valores religiosos. (…) El clericalismo actual difiere sensiblemente del antes descripto. (…) Sin embargo, el clericalismo sub­siste en su afán de dominio. Su diferencia esencial con el pasado consiste en que mientras el clericalismo "clásico" abu­saba de sus atributos para el sostenimiento de la fe, el cleri­calismo "progresista" abusa de su autoridad para propiciar un orden de cosas contrario a la fe y a la moral cristianas (…) Lo paradójico —en apariencia— es que la prepotencia del clericalismo progresista se ejerce para lograr que los fieles abandonen su fe, su vida sacramental, su oración, sus responsabilidades temporales de cristianización del mundo, en virtud de su autoridad sacerdotal. El mismo clero que hace ostentación de su desprecio por la sotana, por el latín, por el celibato, por todo lo tradicional, el mismo clero que afirma que el sacerdocio debe ser secularizado y transformado en una especie de padre de familia que fracciona el pan entre los suyos, es el mismo clero que utiliza su condición sacerdotal para someter por coacción moral a los fieles, obligándolos a aceptar por vía de autoridad espiritual sus aberrantes tesis. Todo esto no hace sino poner de manifiesto la comunidad de métodos entre el modernismo denunciado por San Pío X a principios de siglo y los actuales progresistas. En nombre de la fe, se impone la destrucción de la fe. En nombre de la autoridad espiritual se exige el abandono de las prácticas religiosas, en nombre de la competencia teológica se prohíbe la difusión de la doctrina social de la Iglesia, en nombre del Evangelio se prohíbe cristianizar la economía, la política, la cultura”.
Sinceramente creo que la solución no es meter la cabeza bajo la tierra y preferir no ver, creo que la lámpara no está hecha para ser puesta bajo el celemín, creo que se trata de uno de esos casos en que, como dice Castellani, la “rebelión es permitida y a veces obligatoria”. De aquí que, cada uno deberá evaluar lo que Dios le pide, pero no siempre es posible quedarse callado y declararse prescindente, a veces lo exigido es levantar la voz en defensa del injustamente agraviado.
Que Dios nos ilumine en esta noche oscura. Confiados en que, como reza un Himno de Laudes:
“No sé lo que será del nuevo día
que entre luces y sombras viviré,
pero sé que, si tú vienes conmigo,
no fallará mi fe”.

Andrea


1 comentario:

  1. Claro, conciso, y muy esclarecedor.. muchas gracias Andrea por el artículo.

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