Para
todos es notoria la mala fama que durante años gozó Ciudad del Este en nuestra
región: ciudad de contrabandistas, estafadores, prostitutas, narcotraficantes y
ladrones. Situada en el extremo este de Paraguay que limita a la vez con Brasil
y Argentina, era el lugar indicado para la chanza y el hurto.
Sin
embargo, desde algo más de diez años la ciudad ha cambiado sustancialmente.
¿Qué sucedió? El entonces Papa Benedicto XVI, al erigirse Ciudad del Este como
nueva diócesis del Paraguay, decidió elegir como su primer obispo a Monseñor
Rogelio Livieres, argentino y personal amigo suyo.
Los problemas empezaron
desde antes de la llegada de Mons. Livieres a su sede episcopal por el hecho de
que la designación había sido contraria a la opinión del resto del episcopado
paraguayo. Los obispos de Paraguay, muchos declaradamente marxistas, simpatizantes
de la Teología de la Liberación y comprometidos políticamente con el obispo
apóstata Lugo –quien fuera presidente de Paraguay–, evidentemente no aceptaban
el nombramiento de Benedicto porque el tal Livieres resultaba ser un hombre
tradicionalista y conservador, respetuoso del magisterio milenario de la
Iglesia. Así pues, desde el primer momento empezó la guerra. Tras muchos y
diversos avatares, Livieres logró limpiar su ciudad de curas zurdos y
amancebados. Luego, incluso, se atrevió a fundar un seminario que competiría
con el seminario de Asunción, lugar de residencia y estudio de lo peor del
clero paraguayo. Este nuevo seminario comenzó a florecer y hoy cuenta con más de 200
vocaciones. Además, en la diócesis las órdenes religiosas brotan por doquier, todas con las muy
católicas características del hábito riguroso, la oración constante y la
penitencia sacrificada. Las capillas de adoración perpetua se multiplicaron del
mismo modo que los retiros de conversión, los grupos juveniles y las actividades
culturales. No pocos fueron los argentinos –e incluso sanrafaelinos– que
migraron hacia la ciudad paraguaya para tomar parte en este nuevo y
rejuvenecido rebrote de fe. Livieres resultó ser un pastor preocupado por las
almas que no dudaba en salir al cruce de la prensa, la opinión pública o los
poderes políticos para defender a sus fieles y sacerdotes.
Tal
es así que a principios de este año, ante los dichos del Arzobispo de Asunción,
Monseñor Cuquejo, sobre presuntos hechos de abuso sexual por parte del Vicario
General de Ciudad del Este, el P. Carlos Urrutigoity; Livieres no dudó un
instante en salir a defenderlo sin pelos en la lengua. Dejó en claro que las
acusaciones contra el P. Urrutigoity ya habían sido suficientemente refutadas
en diversas ocasiones y que seguir sosteniendo el mito era una mentira de la
prensa. Y agregó que, además, Mons. Cuquejo debía llamarse a silencio porque
todos en Paraguay sabían que era homosexual. La prensa estalló con estas
declaraciones y no pasó mucho tiempo hasta que el Santo Padre mandó al Cardenal
Santos y Abril a Ciudad del Este para realizar una pesquisa. Con Asunción y las
sospechas de arzobispo homosexual no pasó naranja… Acabada la visita del
Cardenal, se envió un informe a Roma. Esta misma semana Livieres fue llamado a
presentarse en la Sede Vaticana. Allí se lo presionó para que renunciara, cosa
que el Obispo se negó a hacer hasta que se le mostrara el informe enviado a
Roma y se le dijeran las causas de tal decisión. A todo se le contestó: “es la
voluntad del Santo Padre”. Firme en su decisión y con total tranquilidad de
conciencia de haber cumplido en su oficio episcopal, Mons. Livieres se negó una
y otra vez a renunciar. Así entonces, el día de ayer se efectuó su destitución
y la declaración de Ciudad del Este como “sede vacante”. Las circunstancias en
que todo esto se produjo y los medios que se utilizaron fueron de lo más
desprolijo, injusto y arbitrario. Pero dejaremos que el mismo Mons. Livieres
nos lo narre. Sólo queremos destacar que el comunicado emitido por el Vaticano
no alegaba como causas de la decisión el encubrimiento de un sacerdote pedófilo
o la malversación de fondos de que hablan los medios y la prensa en general:
muy por el contrario, la causa de la decisión fue la “falta de comunión” de
Mons. Livieres con los demás obispos de Paraguay y el espíritu “sectario”. Al
parecer, disentir con arzobispos homosexuales, obispos apóstatas y sacerdotes
marxistas es el peor pecado del mundo. Según enseña el Catecismo más elemental,
con quien hay conservar la comunión es con la tradición viva de la Iglesia y
con su doctrina. Pues bien, Mons. Livieres ha difundido ayer una muy dolida y
profunda carta dirigida al Cardenal Oullet, Prefecto de la Congregación para
los Obispos. La reproducimos a continuación.
Carta Abierta de Mons. Livieres, ex Obispo de Ciudad del
Este,
al Prefecto de la Congregación para los Obispos
Su
Eminencia Reverendísima
Cardenal Marc Ouellet
Prefecto de la Congregación para los Obispos
Palazzo della Congregazioni,
Piazza Pio XII, 10,
00193 Roma, Italia
Cardenal Marc Ouellet
Prefecto de la Congregación para los Obispos
Palazzo della Congregazioni,
Piazza Pio XII, 10,
00193 Roma, Italia
25 de septiembre de
2014
Eminencia Reverendísima:
Le agradezco la cordialidad con que
me recibió el lunes 22 y el martes 23 de este mes en el Dicasterio que preside.
Igualmente, la comunicación por teléfono que me ha hecho hace unos momentos de
la decisión del Papa de declarar a la Diócesis de Ciudad del Este sede vacante
y de nombrar a Mons. Ricardo Valenzuela como Administrador Apostólico.
Tengo entendido que el Nuncio, prácticamente
en simultáneo con el anuncio que Su Eminencia me acaba de dar, ha realizado una
conferencia de prensa en el Paraguay y ya se dirige hacia la Diócesis para
tomar control inmediato de la misma. El anuncio público por parte del Nuncio
antes de que yo sea notificado por escrito del decreto es una irregularidad más
en este anómalo proceso. La intervención fulminante de la Diócesis puede quizás
deberse al temor de que la mayoría del pueblo fiel reaccione negativamente ante
la decisión tomada, ya que han manifestado abiertamente su apoyo a mi persona y
gestión durante la Visita Apostólica. En este sentido recuerdo las palabras de
despedida del Cardenal Santos y Abril: «espero que reciban las decisiones de
Roma con la misma apertura y docilidad con que me han recibido a mí». ¿Estaba
indicando que el curso de acción estaba ya decidido antes de los informes
finales y el examen del Santo Padre? En cualquier caso, no hay que temer
rebeldía alguna. Los fieles han sido formados en la disciplina de la Iglesia y
saben obedecer a las autoridades legítimas.
Las conversaciones que hemos
mantenido y, aparentemente ya que no los he visto, los documentos oficiales, dan
por justificación para tan grave decisión la tensión en la comunión eclesial entre
los Obispos del Paraguay y mi persona y Diócesis: «no estamos en comunión»,
habría declarado el Nuncio en su conferencia.
Por mi parte, creo haber demostrado
que los ataques y maniobras destituyentes de la que he sido objeto se iniciaron
ya desde mi nombramiento como Obispo, antes incluso de que pudiera poner un pie
en la Diócesis –hay correspondencia de la época entre los Obispos del Paraguay
con el Dicasterio que Su Eminencia preside como prueba fehaciente de ello. Mi
caso no ha sido el único en el que una Conferencia Episcopal se ha opuesto
sistemáticamente a un nombramiento hecho por el Papa contra su parecer. Yo tuve
la gracia de que, en mi caso, los Papas san Juan Pablo II y Benedicto XVI me
apoyaran para seguir adelante. Entiendo ahora que el Papa Francisco haya
decidido retirarme ese apoyo.
Sólo quiero destacar que no recibí
en ningún momento un informe escrito sobre la Visita Apostólica y, por
consiguiente, tampoco he podido responder debidamente a él. A pesar de tanto
discurso sobre diálogo, misericordia, apertura, descentralización y respeto por
la autoridad de las Iglesias locales, tampoco he tenido oportunidad de hablar
con el Papa Francisco, ni siquiera para aclararle alguna duda o preocupación.
Consecuentemente, no pude recibir ninguna corrección paternal –o fraternal,
como se prefiera– de su parte. Sin ánimo de quejas inútiles, tal proceder sin
formalidades, de manera indefinida y súbita, no parece muy justa, ni da lugar a
una legítima defensa, ni a la corrección adecuada de posibles errores. Sólo he
recibido presiones orales para renunciar.
Que mis opositores y la prensa local
hayan recientemente estado informando en los medios, no de lo que había pasado,
sino de lo que iba a suceder, incluso en los más mínimos detalles, es sin duda
otro indicador de que algunas altas autoridades en el Vaticano, el Nuncio
Apostólico y algunos Obispos del país estaban maniobrando de forma orquestada y
dando filtraciones irresponsables para «orientar» el curso de acción y la
opinión pública.
Como hijo obediente de la Iglesia,
acepto, sin embargo, esta decisión por más que la considero infundada y
arbitraria y de la que el Papa tendrá que dar cuentas a Dios, ya que no a mí.
Más allá de los muchos errores humanos que haya cometido, y por los cuales
desde ya pido perdón a Dios y a quienes hayan sufrido por ello, afirmo una vez
más ante quien quiera escucharlo que la substancia del caso ha sido una oposición
y persecución ideológica.
La verdadera unidad eclesial es la
que se edifica a partir de la Eucaristía y el respeto, observancia y obediencia
a la fe de la Iglesia enseñada normativamente por el Magisterio, articulada en
la disciplina eclesial y vivida en la liturgia. Ahora, empero, se busca imponer
una unidad basada, no sobre la ley divina, sino sobre acuerdos humanos y el
mantenimiento del statu quo. En el
Paraguay, concretamente, sobre la deficiente formación de un único Seminario
Nacional –deficiencias señaladas no por mí, sino autoritativamente por la
Congregación para la Educación Católica en carta a los Obispos de 2008. En
contraposición, y sin criticar lo que hacían otros Obispos, aunque hay materia
de sobra, yo me aboqué a establecer un Seminario diocesano según las normas de
la Iglesia. Lo hice, además, no sólo porque tengo el deber y el derecho,
reconocido por las leyes generales de la Iglesia, sino con la aprobación
específica de la Santa Sede, inequívocamente ratificada durante la última
visita ad limina de 2008.
Nuestro Seminario diocesano ha dado
excelentes frutos reconocidos por recientes cartas laudatorias de la Santa Sede
en al menos tres oportunidades durante el pontificado anterior, por los Obispos
que nos han visitado y, últimamente, por los Visitadores Apostólicos. Toda
sugerencia hecha por la Santa Sede en relación a mejoras sobre el modo de
llevar adelante el Seminario, se han cumplido fielmente.
El otro criterio de unidad
eclesiástica es la convivencia acrítica entre nosotros basada en la uniformidad
de acción y pensamiento, lo que excluye el disentimiento por defensa de la
verdad y la legítima variedad de dones y carismas. A esta uniformidad
ideológica se la impone con el eufemismo de «colegialidad».
El que sufre las últimas
consecuencias de lo que describo es el pueblo fiel, ya que las Iglesias
particulares se mantienen en estado de letargo, con gran éxodo a otras
denominaciones, casi sin vocaciones sacerdotales o religiosas, y con pocas
esperanzas de un dinamismo auténtico y un crecimiento perdurable.
El verdadero problema de la Iglesia
en el Paraguay es la crisis de fe y de vida moral que una mala formación del
clero ha ido perpetuando, junto con la negligencia de los Pastores. Lugo no es
sino un signo de los tiempos de esta problemática reducción de la vida de la fe
a las ideologías de moda y al relajamiento cómplice de la vida y disciplina del
clero. Como ya he dicho, no me ha sido dado conocer el informe del Cardenal
Santos y Abril sobre la Visita Apostólica. Pero si fuera su opinión que el
problema de la Iglesia en el Paraguay es un problema de sacristía que se
resuelve cambiando al sacristán, estaría profunda y trágicamente equivocado.
La oposición a toda renovación y
cambio en la Iglesia en el Paraguay no sólo ha contado con Obispos, sino
también con el apoyo de grupos políticos y asociaciones anti-católicas, además
del apoyo de algunos religiosos de la Conferencia de Religiosos del Paraguay
–los que conocen la crisis de la vida religiosa a nivel mundial no se
sorprenderán de esto último. El vocero pagado y reiteradamente mentiroso para
tales maniobras ha sido siempre un tal Javier Miranda. Todo esto se hizo con la
pretensión de mostrar «división» dentro de la misma Iglesia diocesana. Aunque
la verdad demostrada y probada es la amplia aceptación entre el laicado de la
labor que veníamos haciendo.
Del mismo modo que, antes de aceptar
mi nombramiento como Obispo, me creí en la obligación de expresar vivamente mi
sentimiento de incapacidad ante tamaña responsabilidad, después de haber
aceptado dicha carga, con todo el peso de la autoridad divina y de los derechos
y deberes que me asisten, he mantenido la gravísima responsabilidad moral de
obedecer a Dios antes que a los hombres. Por eso me he negado a renunciar por
propia iniciativa, queriendo así dar testimonio hasta el final de la verdad y
la libertad espiritual que un Pastor debe tener. Tarea que espero continuar
ahora desde mi nueva situación de servicio en la Iglesia.
La Diócesis de Ciudad del Este es un
caso a considerar que ha crecido y multiplicado sus frutos en todos los
aspectos de la vida eclesial, para felicidad del pueblo fiel y devoto que busca
las fuentes de la fe y de la vida espiritual, y no ideologías politizadas y
diluidas creencias que se acomodan a las opiniones reinantes. Ese pueblo
expresó abierta y públicamente su apoyo a la labor apostólica que hemos venido
haciendo. El pueblo y yo hemos sido desoídos.
Suyo afectísimo en Cristo,
+ Rogelio Livieres
Ex obispo de Ciudad del Este
(Paraguay)
Como dice Federico Mihura Seeber, el gran problema de la persecución de los últimos tiempos es que habrá perseguidos y mártires que no parecerán mártires porque quienes los persigan serán quienes deberían alentarlos en la fe...
ResponderEliminarEl P. Alberto Ezcurra nos enseñaba que ante el martirio no podemos ser indiferentes:
"qué enorme diferencia hay entre la actitud que tenían los cristianos en los primeros siglos y la actitud que tenemos los cristianos en este siglo frente al problema del martirio, frente a la Iglesia que sufre. Con todo lo que yo he mencionado así, muy al pasar y sobre todos los que se podrían agregar otros datos; en nuestro siglo ha habido cientos de miles, de millones de mártires, es decir de cristianos católicos que han entregado su vida por Cristo y que la siguen entregando.
Existía, entonces, esa veneración, que encuentra la fuerza en el ejemplo de los mártires; que tiene lugar con las primeras canonizaciones. Después empezó a darse culto a los confesores, es decir a aquellos que habían defendido la fe y que por la fe habían sido encarcelados o perseguidos, pero que no habían llegado hasta el derramamiento de sangre. Y luego a las vírgenes y todas las otras especies de santos. Eso era en los primeros siglos, cuando se vivía bajo la persecución.
En nuestro siglo existe el silencio, existe la indiferencia. Los mártires, que dan testimonio en un mundo como el nuestro, en un mundo hecho a la trenza, hecho al compromiso, hecho a las medias tintas, hecho a la cobardía; en un mundo en el que las verdades duras se tratan de disimular o se tratan de ocultar, el testimonio es algo que duele, es algo que molesta, es algo que resulta incómodo. Y los mártires a veces se transforman en tipos molestos, como para Herodes era un tipo molesto Juan el Bautista que le echaba en cara: "no te es licito vivir con la mujer de tu hermano".
San Pablo decía, hablando que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo: "Cuando un miembro sufre todos los otros miembros se preocupan" por ese miembro que está sufriendo. Es algo que comprobamos en nuestro propio cuerpo, si a uno le pisan el dedo gordo del pie inmediatamente todo tiende hacia ahí, las manos, la vista, todos se preocupan por el miembro. Y San Pablo lo aplicaba a la Iglesia como el Cuerpo Místico de Cristo. "¿Quién sufre que yo no sufra? ¿Quién se alegra que yo no me alegre?". Era alegrarse con aquellos que se alegran y sufrir con aquellos que sufren. La preocupación por todas las Iglesias tenía San Pablo. Y con los medios de comunicación de aquella época, desde una Iglesia hacían colectas para enviar a los cristianos que sufrían dificultades en otra Iglesia.
Existía ese sentido de cuerpo y, en ese cuerpo el miembro más delicado, el miembro sufriente; es el que merece mayor atención. Entonces debería ser algo verdaderamente escandaloso en nuestro tiempo esa ignorancia; ese silencio sobre la suerte de los mártires que al hacer que nos falte ese ejemplo nos crea un cristianismo flojo, un cristianismo cobarde, un cristianismo incapaz de dar la cara, de dar testimonio. No es que nos falte el ejemplo: lo silenciamos.
El cardenal Wyszynski de Polonia, al cual el Papa Juan Pablo II reconoce como su maestro, dijo una vez palabras muy duras sobre esto: "No existe la Iglesia del silencio", la Iglesia del silencio en los países ocupados por el comunismo, "no existe la Iglesia del silencio, lo que existe es la Iglesia de los sordos, la Iglesia de Occidente" (...)
El mártir, en un mundo de compromiso, en un mundo de cobardía, en un mundo de medias tintas se transforma en un tipo molesto".
Desde México mi humilde pero sincero apoyo a Mons. Livieres y a todos los pastores que siguen fieles a la milenaria doctrina de Jesucristo expresada en las Escrituras y la Tradición de la Santa Iglesia Católica según su auténtico Magisterio.
ResponderEliminarLa Iglesia no es la Tradicion, la Iglesia es el pueblo catolico...sus pastores...¿como vamos a predicar a los demas hombres la caridad si entre nosotros no la practicamos?
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